Desde tiempos antiguos la relación de los animales y el hombre ha sido muy estrecha e incluso en algunas culturas se llegan a considerar como deidades o animales sagrados. Pero es desde el momento en que el hombre descubrió que podía domesticar ciertos animales y podía hacerlos sus compañeros esta relación se convirtió inquebrantable.
En un principio se consideraba a los animales como “seres de compañía”, y con algunos se llegó a experimentar. Pero gracias a los avances éticos en la ciencia, se empezó a ver a los animales de otra forma, se les llamó “seres sintientes”, fuimos conscientes de que eran capaces de sentir miedo, alegría, dolor, angustia, amor y otras tantas emociones y sensaciones que se creía eran inherentes al hombre.
Es en ese momento en que se empiezan a crear leyes que protegen a los animales y que los profesionales que trabajan directamente con ellos (los médicos veterinarios en este caso) tienen que cambiar su forma de trabajar y de tratar a los seres que estaban bajo su cuidado.
Se dejó de ver al animal como simplemente “animal” y se le empezó a llamar “paciente”, y los médicos veterinarios (que aman su profesión, que aman lo que hacen, y que aman sus pacientes) tuvieron que buscar herramientas y adaptar su modo de trabajo acorde con este nuevo pensamiento que empezaba a surgir y que a muchos les agradó y les hizo sentir más pasión por su labor.